domingo, 2 de noviembre de 2008

HISTORIAS DE UNA VIDA INDOLENTE

Ambos se desplazaban en el Dodge endemoniado por inducción del conductor (la conductora, en realidad). Se desplazaban a tal velocidad que el ingenuo Dodge empezó a creerse Chevrolet Camaro inmiscuido en persecución de Need for Speed, esquivando los huecos y baches de la calle desolada. La razón de tan frenético comportamiento la desconozco. Como alma que lleva el diablo, el Dodge con aires de Camaro se dirige desenfrenado hacia una intersección con una autopista, (¿a quién carajo se le ocurre colocar una intersección con semáforos antipáticos entre una autopista y una calle miserable?), aunque el éxtasis causado por el exceso de velocidad nubla la visión de la conductora. ¡Maldita sea! ¡Frena! Grita el copiloto. Ella lo intenta, pero al pseudoCamaro se le ha olvidado que sus frenos no son potentes para detener tanta velocidad en tan poco tiempo (¿ABS?, ninguna de ésas mariqueras tecnológicas están en él). Frena, sí, pero no lo suficiente. Penetra en la autopista (¿con semáforos?) con luz roja (los conductores nunca se han fijado en el farol tricolor que péndula sobre ellos cada vez que pasan por dicha intersección) causando desequilibrios psíquicos en los ya mencionados conductores, el Apocalipsis en segundos y la liberación de Dios para la mayoría.

Tres desconocidos no verán la luz de éste mundo a partir de ahora. Salieron de sus hogares, besaron a sus hijos, dieron una nalgada de despedidas a sus esposas (excepto uno de ellos que prefiere llamarla concubina aunque en realidad es su amante) sin pensar que en menos de quince minutos encontrarán la paz del Señor o las puertas del averno, no sin antes pasar por los procesos judiciales que el Tribunal Supremo del Universo aplicará (según es el sentir de la mayoría que leerá la noticia mañana con una taza de café y que se confiesan católicos apostólicos romanos) en el mismo momento en que sus almas abandonen los parapetos de cuerpo que ocupaban. Los cuerpos son sólo imágenes muertas, muñecos de trapo bañados en el líquido rojo que en un tiempo fluía alegre por sus venas y que ahora se apelmaza a sus alrededores.

Ella lo obliga a acercarse a los cuerpos. Su goce raya en el morbo, se ríe de la muerte en su cara. “Éste por poco no se desgarra en dos partes; es el único que respira, pero no lo hará al subirlo a la ambulancia” dice la doctora de guardia. Asiste al lugar con indiferencia, ya está acostumbrada a ver a las víctimas de “la señora de la guadaña en la mano”, de tocar carne molida humana, de chinchurrias y tripas llenas de excrementos, de observar cómo los ojos de los curiosos contemplan los desastres con dolor, pavor, asco, como si hubiesen establecido un pacto con la doña que les garantice una despedida plácida y agradable.

Mientras ella ríe a carcajadas, él se acerca pero detiene su andar a metros de los cuerpos. Se siente responsable de los acontecimientos, se estremece, piensa en el sufrimiento que inevitablemente causará en las familias (y allegados de la familia, alguno que nunca expresó sus sentimientos al ahora difunto, etcétera) producto de un arrebato de locura cinética de su compañera (su tía en realidad). Por su mente cruzan imágenes de lo que pudo ser la vida común hasta hoy tanto de él como de los involucrados en el accidente. ¿Es la vida una entidad separada de Dios? ¿Dios existe? Su vida, desde hoy, es desgraciada.


Son las caras de un mismo dado. Ella ríe, él se desvanece, la doctora ni siente pizcas de nada, la tía ha huido del lugar, muchos llorarán, otros verán todo con indiferencia, una parte defenderá a Dios y lo librará de responsabilidades, otras sentirán odio hacia la Divinidad. ¿Es tu vida función de otras o son vidas diferentes que dependen entre sí?

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